¡Pero que raro se me hace observar el radiador que sale de la pared!
La radio me sirve normalmente de acompañante matutino. Pero hace ya tiempo que hoteles y hostales se han rendido a la televisión; me adapto y pongo un canal de noticias que parece un disco rayado porque no hacen más que repetir cuatro sucesos que no me interesan nada.
La radio de las primeras horas del día semeja desde hace tiempo una pelea de perros; y uno la oye en su tranquilidad como el que ve arreciar fuertemente la lluvia desde su ventana, seguro de no mojarse. Las barbaridades que se escuchan me hacen reir, aunque a veces pienso que no son nada caritativas y que hay gentes que se creen todo a pies juntillas.
En recepción está el hijo del dueño; afortunadamente no es socarrón como el padre. Tiene cara de seminarista; piel inmaculada, gafas con una montura soberbia de concha, sonrisa breve autocontenida y lleva un jersey beis a modo de chaqueta. Alterna el salón estar, donde está conectado a internet, con el mostrador de atención a los clientes. ¡Ahora comprendo el blanco marfil de su cutis!: También está en una especie de clausura, siquiera sea secular.
¡Vaya con la Gran Vía; sería mejor llamarla la Gran Fría!
Un hombre sin desayunar es un mamífero extremadamente vulnerable. Veo que son las 09.00 horas y ya está la gente haciendo cola para comprar la lotería de la Administración de Dª.Manolita que abre a las 09.30.
¡A desayunar!. En mi interior desapruebo esta espera en fila para un objeto tan absurdo. Zumo de naranja (aunque no he visto que lo expriman al instante; ¡tongo!). Café con leche y como aquí no hay la variedad universal de tostadas de mi tierra, me conformo con una berlina inundada de crema en el centro, que al final me disgusta por empalagosa.
¡Pero qué ciudad ésta. Hasta los churros los sirven fríos!.
A uno en provincias lo conocen en la cafetería, no hace falta ni que diga lo que quiere y cómo lo quiere; y además te ofrecen la prensa de tu gusto.
El juicio moral sobre la lotería me lo tengo que aplicar ahora a mí mismo. Tengo un encargo de compañeros de adquirir (y los quiero hacer felices con el estampillado de la celebérrima Dª. Manola); así que me alisto en esta masa esperanzada en lo material. Les confieso que me da algo de vergüenza y estoy casi por irme; sobretodo cuando pasan los autobuses turísticos y el guía les señala la legión que aguarda en esta espera tan frívola. Me asalta la duda de lo que pensaran de nosotros. Sinceramente no me hallo aquí. Y total: si yo no ansío nada material más allá de procurar una subsistencia básica. Supongo que si me tocan los 300.000 euros del décimo que aparto para mí, tendré que hacer obras de caridad.
Delante mía están dos eslavas orondas y sonrojadas como una manzana. ¿Seguro que Willenford está en Austria?. Yo me creo que está en Ucrania o en Rusia; porque estas Venus esteatopígicas son idénticas a las del neolítico. ¡El futuro de la natalidad en España descansa en estas grandes matronas rusas!.
Conforme me acerco a la ventanilla, observo que al lado de las escaleras de acceso hay sentado un hombre que tiene mutilado el brazo derecho un poco más arriba del codo. Exhibe su muñón morado a la concurrencia, que sin duda estamos algo mutilados espiritualmente para seguir allí y compatibilizar nuestro afán con esta visión demoledora de la desgracia . Tiene un gorro de poliéster que le resguarda del frío. Me sobrecoge con su voz gutural de la que sale una especie de mantra repetitivo:
!En el nombre de Dios una ayuda!. !Por Dios una ayuda!.
No me lo puedo quitar de mi pensamiento. Me está pareciendo hasta impúdica mi propia posición. Al final, adquiridos ya los décimos, le echo una limosna porque no puedo hacer otra cosa y me marcho huyendo abochornado.
Cojo un autobús para ir al Palacio de Villahermosa (donde un día tocara el mismísimo Franz List) y donde hoy radica la colección Thyseen.
Una clientela dura. J.George Brown (1831-1913)
Otra vez la infancia. Unos rapaces zalameros frente a una concentrada florista. El pintor J.G.Brown es contemporáneo de Aranda; uno, inglés afincado en Nueva York; y otro, español establecido en Sevilla. A ambos les gusta el tema y hacen un tratamiento similar http://dardo-kerigma.blogspot.com/2007/12/caleidoscopio-madrileo-i.html.
También el pintor norteamericano mira con cariño a estos duendecillos neoyorkinos. Él mismo fue un niño golpeado por la diáspora económica, que le obligó a emigrar a los Estados Unidos. Pero Brown nos deja alguna señal inquietante; sin llegar al extremo de M.Scorsesse en Gangs of New York. Amplíen el cuadro y a ver si son capaces de encontrarla. En el fondo es una denuncia de lo duras que eran las condiciones de los niños y niñas que estaban en la calle; en el Five Points retratado por Scorsesse. A mi Brown me emociona porque descubre la luz en los hijos de los pobres, en los desheredados, en los huérfanos.
No había tenido ocasión de ver el Thyssen completo (incluyendo la colección Carmen Thyssen). Hoy tan criticada Dª Carmen en la polémica sobre el urbanismo del eje Prado-Recoletos; sin duda gracias a su ascendiente sobre su difunto cónyuge, tenemos verdaderos prodigios en el polígono cultural más importante del mundo en cuanto a pintura.
Esta colección, al margen de verderas joyas singulares, tiene una especial virtud pedagógica; porque empieza con los primitivos italianos y termina con lo contemporáneo. ¡Esta mujer ha hecho más por Madrid, que cien Gallardones juntos!.
¡Pero qué rápido pasa el tiempo; y yo sin comer y sin comprar!
He decidido darme un homenaje. Voy a comer a Casa Lhardy. Es mi intención dar buena cuenta de un cocido madrileño como está mandado. Me dice uno de los porteros: Caballero, en estas fechas...hay que reservar con tres días de antelación.
¡Ándele, ándele, ándele! (pienso para mí).
Como premio de consolación entro en la tienda donde disponen de un ambigú para que los clientes puedan degustar las delicias de este establecimiento. Como hace frío me voy al samovar relleno de consomé de caldo de ave (¡Ay, mi cocido!); abro el grifo y me despacho una taza caliente que me sabe a gloria. Entro en calor y me sirvo otra. Pido un emparedado de bonito, cojo un volován relleno de ternera y dos croquetas de pollo. ¡Pero qué bien!. Sólo me ha faltado una copita de Oporto; pero no me apetecía después de tanto líquido. Me dirijo a caja e informo de mi breve pitanza. En este local tienen por cortés norma, dejar a los clientes libertad para andar enredando un poco a su aire. Viendo el local y mi abrigo, estoy como en casa; y recuerdo los años en que con los amigos del Colegio Mayor íbamos al Teatro Real y después nos tomábamos un caldito en este santo lugar secular.
¡Pero como cambia la vida con estas pequeñas cosas!
Debo ir a unos grandes almacenes a comprarme una chaqueta y una bata de estar por casa, que aquí en la Capital tienen más surtido. La chica de la lencería un encanto. No me gusta que me atiendan empleados masculinos en este tema, son demasiado ceremoniosos para algo tan trivial, y me resultan insufribles. Por contra a la hora de comprarme la chaqueta el que me tiene que atender ha de ser del sexo masculino; la pomposidad viene aquí bien; al fin y al cabo es una prenda que se ha de lucir en la calle y no se va a recluir como la lencería en el santa santorum del hogar.
¡Tal vez no se lo crean; pero en Almería no tenemos El Corte Inglés! .¡Y, creánme, está en el debate político local esta cuestión!.
Salgo a la Puerta del Sol. Me impone la visión de un joven manco de ambos brazos a la altura de los mismos hombros; va vestido con una simple camisa de nylon sin mangas de color negro ceñida al torso, que permite observar plenamente el alcance de su simétrica amputación. Con sus dientes sostiene, y a la vez menea, un gran vaso de plástico de los que se utilizan para los botellones; donde bailan al movimiento las monedas depositadas. Es un mantra metálico. Ya digo; me impresiona. Otro joven que por su fisonomía parece salido de un cuadro de El Greco, se acerca y deposita un nuevo óbolo; momento en que deja de bascularse el recipiente para permitir la dádiva fraterna.
Me voy algo apenado.
Termino esta breve excursión del día de hoy, y pienso todo lo acontecido desde que observé la extraña figura del radiador a modo de protuberancia de uno de los tabiques de mi habitación .
¡Me sigue pareciendo raro que un radiador salga de la pared!