Mi querida C. me ha recordado una entrada prometida acerca de mi pasión (que también es suya) sobre el cine.
¿Cómo lo diría?. Mi infancia son recuerdos de un cine de verano. Una terraza de cine tan típica por estos lares que era propiedad de mis abuelos paternos. El cine se denominaba Terraza San Roque y estaba sito en la calle Mariposa del popular barrio de Pescadería; sin embargo era conocido en toda la ciudad por El Jurelico.
¿Cómo lo diría?. Mi infancia son recuerdos de un cine de verano. Una terraza de cine tan típica por estos lares que era propiedad de mis abuelos paternos. El cine se denominaba Terraza San Roque y estaba sito en la calle Mariposa del popular barrio de Pescadería; sin embargo era conocido en toda la ciudad por El Jurelico.
Merece la pena hacer una breve semblanza de este establecimiento. No es que mis abuelos paternos se dedicaran al cine. Lo cierto es que en su origen la terraza era un gran patio para albergar a los carruajes y bestias de carga del negocio de transporte del patriarca, floreciente antes de la guerra y que con las requisas que después vinieron completamente arruinado. Por vicisitudes de la vida quiso la fortuna que desaparecidos los carros y los mulos tras la guerra, mi otro abuelo materno (industrial del pescado) solicitara arrendar los terrenos para el secado del jurel. También quiso el destino que los vecinos protestaran por el desagrable olor a pescado seco. Y ambas circunstancias: la ruina del negocio primigenio y la imposibilidad del arriendo para secadero de pescado, hicieron que mi abuelo paterno se decidiera a alquilarlo para cine de verano a un conocido exhibidor local. Pero a ambas familias (paterna y materna) las consolidó el jurel.
Por eso he dicho que mi niñez son (rememorando ese giro del gran y bueno de don Antonio Machado) recuerdos de una terraza de cine de verano. Yo tenía la ventaja (como fácilmente pueden comprender) de ver el cine de gañote. En aquellos años no miraba mucho la calidad de las películas. Simplemente me quedaba extasiado contemplando que la enorme pared blanca cobrara vida ya sea con el malo de Fumanchú o con el justicero del Zorro. Me llamaba también la atención el Nodo y ver como doña Carmen Polo visitaba Galerías Preciados. Desde entonces tengo esa morbosa pasión por los grandes comercios atestados de rutilantes mercancías. Y es que las flamantes imágenes del Nodo parecían pertenecer al género de ciencia-ficción en relación con el barrio. Me permitirán que haga también una pequeña semblanza del arrabal económico de Pescadería dentro en lo físico pero fuera en lo económico de la ciudad de Almería. Un suburbio deprimido en una ciudad del Tercer Mundo. Almería estaba entonces en el puesto nacional número 40 en el nivel de ingresos pér capita. No eran desconocidas enfermedades como la lepra o el tracoma. La parte alta del distrito, en la ladera de la propia Sierra de Gador que corta la expansión urbana por el suroeste, estaba habitada por los más desheredados entre los pobres: una población gitana principalmente cuyo hábitat lo constituían chabolas o cuevas horadadas en las propias estribaciones de la montaña. Tanta miseria económica a la fuerza provocó que en el ghetto hubiera una verdadera conciencia obrera. Justo enfrente de la terraza de verano teníamos la sede clandestina del movimiento obrero más radical y de ultraizquierda de toda la provincia; que en los años venideros iba a poner en jaque a las autoridades locales durante la transición con las huelgas de pescadores ( PC -Unidad Roja; posteriormente Unión Comunista-Comités Obreros-Plataformas de Lucha Obrera ).
Pero vayamos al cine, que es el propósito de esta entrada. Piensen su fisonomía. Nada más entrar nos encontrábamos el ambigú de tercera. Recuerdo unas gaseosas que sólo sabían a sal y a bicarbonato. Los retretes simplemente espantosos: placas turcas. Un impresionante salón sin cubierta con sillas de anea. Era normal ver a la gente llevar un cojín tanto para no mancharse como para estar más cómoda. No era infrecuente que hubiera problemas de enfoque; de quemarse uno de los carbones de la máquina de 36mm, etc. Esto era celebrado por el personal con general algarabía. Recuerden que en aquellos tiempos (años 60) todavía estaba prohibido el derecho de reunión y manifestación. Pero al final todas, todos, sucumbíamos al milagro que nos evadía de nuestro ser y nos transportaba a otros universos. Sin embargo este ver el cine de gañote tenía un peaje. Para entrar gratis yo tenía que acceder por la casa de mi tía María. Una solterona desaliñada con cabeza en forma de pera, que era una auténtica Gorgona. Sin embargo tanto me quería la pobre de mi tía, que cada vez que me cogía me estampaba dos besos que eran dos ventosas sobre mis carrilos. Mejillas que sufrían primero un vacío y después algo de saliva de este monstruo familiar. Así que con los mofletes rojos; intentando secarme la humedad de mis cachetes con las palmas de mis manos; me preguntaba cabreado a mi mismo más de una vez que mucho me debía gustar el cine para sufrir este tránsito.
26 comentarios:
Me ha encantado ésta entrada.
Le hace -más- de aquí. De tierra soleada.
Eso sí, no conozco el lugar de entonces, que si reconozco en el lugar de ahora.
Pero también es verdad que por aquellos entonces...Yo no había nacido.
Un saludo Sr. Dardo.
;)
Gracias Dardo, que no se diga que no es usted un hombre cumplidor. Leyendo su entrada me he acordado de mi padre. El cine de verano del barrio de mi padre se encontraba delante de la casa de mis abuelos paternos. Subiéndose a la terraza, con un cucurucho de patatas fritas, se podía ver la pantalla en primer plano. Ni que decir tiene, que mi padre era muy popular en el barrio y la mayoria de loa chavales se peleaban por pertenecer a su pandilla y pasar las tardes en la terraza de mi abuela viendo el cine de gorra.
Dices que en el cine de tu infancia había sillas de enea. En el de mi padre había bancos (los bancos de la iglesia, que el párroco dejaba por las tardes a cambio de que se proyectaran películas para "todos los públicos".) Mi padre me contaba muy a menudo las largas siestas que se echaba en esos bancos. La película que recordaba con más cariño era "Abott y Costello contra los monstruos", película que pasó la vida buscando y que nunca volvió a ver. A parte de ver las películas desde la terraza, mi padre tenía un pase Vip, podía entrar gratis siempre que quisiera a cambio de hacer los carteles que anunciaban cada sesión. Tenía entonces doce años, pero ya apuntaba maneras de gran pintor. La pasión por el cine la llevo como vés en los genes. Pero no sólo por las buenas películas, sino también por todo lo que rodea a este mundo. Cuando se entra en mi casa, lo primero que se vé es la fila 7 de un antiguo cine de mi ciudad que ya no existe. Los sillones están tapizados en rojo y no se pliegan automáticamente...lo cuál es de agradecer porque mira que me parece incómodo el "cierre automático". Como éste tengo cientos de recuerdos, incluyendo una vieja máquina de empalme y miles de fotogramas. En mi adolescencia pertenecí a un cineclub que proyectaba películas antiguas (eran más baratas que los últimos extremos)..La primera película que se proyectó fué Murieron con las botas puestas en sepia y con Errol Flynn hablando en sudamericano...(ya digo, poco presupuesto pero mucha ilusión)
Gracias Dardo, por haberme hecho recuperar las anécdotas de la infancia de mi padre.
Un abrazo
Es que tú, apreciada Coblenza, eres muy jovencita. Yo prácticamente sigo cerca del barrio porque vivo en el Parque Nicolás Salmerón. Siempre he sido de aquí, aunque es verdad que mucho años he estado en la diáspora. De eso trataré en las próximas entradas de cine.
Un abrazo estimada Coblenza.
racias C., porque también me has hecho recordar esos tiempos perdidos como la célebre magdalena de Proust.
Al parecer tu padre también veía el cine de gañote con el cucurucho de patatas fritas; si bien se lo ganaba con su quehacer pictórico en más de una ocasión. Rememoro también a los vecinos que desde el balcón de su segundo piso contemplaban en anfiteatro la pantalla que tenían en frente. Y los muy gorrones protestaban al unísono junto con el resto de clientela de pago.
El Sr. Párroco, apreciada C, era de lo más coherente con eso de poner condiciones para el destino de los bienes tangibles de la Iglesia. ¿Se acuerda de la clasificación de las películas?. ¿Era: tolerada, no tolerada, 1,,2, 3 y 3R o sea con reparos?. Le puedo asegurar que la Gorgona no me dejaba ver las no toleradas; pero a la pandilla se nos iban los ojos detrás de las cartulinas que reproducían fotogramas de las clasificadas como 3R. Nuestra imaginación sí que era 3R; porque haber comprobado la ingenuidad que nos prohibían frente a nuestra tórrida especulación resulta ahora curioso. Para nosotros Doña Sara Montiel era la gran meretriz de Babilonia. Pobre mujer; que nos perdone por nuestra calenturienta fantasía.
Ya sé, C, que eres toda una Sra. cinéfila. ¡Enhorabuena!. Yo no llego a tanto. En la próxima entrega que intente te hablaré de dos cines: el del colegio menor y el del colegio mayor; en este último como proyectista.
¿No me gustaban nada las películas de Cantinflas, ni las musicales de Manolo Escobar?. Recuerdo con cariño a Boris Karlooff , Christopher Lee y a Paul Naschy. Entre las buenas Ben -Hur me chifló.
Un abrazo, C.
Tiene usted, mi querido Dardo, verdaderas dotes de narrador cómico. Lo de su tía con rostro en forma de pera dándole besos a mansalva me ha parecido de lo más gracioso...
Un abrazo,
Querido Dardo:
Casi, casi he podido imaginarme el barrio del que nos habla. Tiene Vd. una vena narrativa no suficientemente explotada, al que se le añade una capacidad innata para provocar la sonrisa e incluso la carcajada.
A mí me ha traído recuerdos del cine de verano de Alicante: el Rex, al que se iba con los bocadillos de tortilla o filete empanado o directamente con la tartera. Al final, lo que contaba era la magia de esa pared blanca que, de repente, cobraba vida. Poco importaba qué peliculas dieran; lo importante era el cine en sí.
Veo que también coincidimos en la alergia por los achuchones, apretones y besuqueos de señoras mayores y casi siempre solteras, con mayor o menor grado de afinidad consanguínea. ¡Qué manía tenían de apretujarte y darte sonoros y succionadores besos..! Curiosamente, con el paso del tiempo, casi, casi se echan de menos.
Un fuerte abrazo. Cuídese
Queridas amigas, Mega y Freia, todo un privilegio tenerlas por aquí. Y más estimulado si encima me dicen que se han reido con mis "tribulaciones" con mi tía María a cuenta del cine.
He sido un poco cruel con ella. Yo creo que ante su vacío sentimental echaba mano estrujándome cada vez que podía. No les digo nada sobre como cocinaba (si es que se puede conjugar este verbo en relación con ella). Lo más seguro en su casa era tomar un bocadillo de salchichón Abella (tampoco se estiraba mucho). Sin embargo echo de menos ese afecto primario incondicional tan difícil de encontrar cuando uno es ya mayor.
Mega como siga así en sus Sueños en la Memoria va a formar toda una galería de espejos. A fuerza de contraponer tanto espejo va a ensanchar idealmente el espacio de tu blog.
Freia. ¿Verdad que eran agobiantes aquellos achuchones?. Y a la postre resulta que añoramos todo lo que ello representaba.
Un cariñoso abrazo a ambas.
Pues yo estoy segura de que con el tiempo me convertiré en la campeona de los achuchones. Y si no, al tiempo.
Inamovibles veteranos somos algunos con recuerdos infantiles de ciertos cines.
En Madrid no debía ser muy diferente de Almería pero los Nodos eran iguales.
Quizás no sean de tus años las entradas a duro ni creo que tu afición a los grandes almacenes te permitiera -como me pasó a mí espoleado por patrióticas arengas- apedrear los rótulos del Corte Inglés por culpa de Gibraltar.
Pero en fin creo yo que visitamos con idéntica nostalgia aquellos recuerdos de cinematógrafo que tanto nos marcaron.
Un abrazo machadiano.
Sr. Dardo, mi más entusiasta felicitación por esta genial entrada. Aunque por edad, desgraciadamente yo no he vivido lo entrañable de unos cines así (pero sí me queda el recuerdo de algunas ya desaparecidas salas de cine de Valencia que acogieron mis primeros años de infancia) lo más cercano a ello que se me ocurre en la actualidad, es el autocine. Cuán excepcional es comerse esos bocatas de tortilla y Cocacola dentro del coche viendo Los Piratas del Caribe!.
Saludos apasionadamente cinéfilos y dardofilos.
C; ja,ja; creo que tod@s nos convertimos con el paso del tiempo en "achuchadores"; otra cosa es que nos reprimamos las ganas por nos ser demasiado pesados.
¡Ay!. Ybris. Esto no me lo puedo imaginar. Ja,ja. Todo un pedazo de pan, pacíficio, como tú; víctima del nacionalismo español. Ja,ja. Un fuerte abrazo amigo.
Donnissima. Conociéndola como la conozco me creo que entrevera un poco de sorna levantina con sincera amistad. Vamos a ver, mi querida diosa menor, ¿qué es eso de que "desgraciadamente" no ha vivido lo entrañable de unos cines así?. O sea ¿que propone que desmonten los confortables cuartos de baño actuales por aquellas horribles placas turcas?. Ja,ja. Saludos superlativamente donnissimos.
¡Qué bonita, Dardo!
Cómo me gusta que dejes un poco el tema de la política en todas sus formas y maneras, y nos cuentes cosas así... verdaderamente interesantes.
;-)
Lo cierto es que, la primera vez que entré en su blog, me encantó su forma de escribir, pero en materias de los más rutinario y cotidiano. Debería usted regalarnos más relatos como estos Dardo.
Para ybris
su comentario me ha evocado un libro de Francisco J. Laporta, El Imperio de la Ley. Le copio un parrafito (pág 15, edición Trotta 2007)
“ Apliquémoslo a los estudios de la teoría del derecho, y aunque el nacionalismo, el racismo y la xenofobia de la posguerra europea no sean los mismos que los de hoy, no por ello debemos dejar a los jóvenes que sufren una propaganda de mayor o menor intensidad, que por confortable y familiar que sea su hogar patrio, millones y millones de seres humanos se esfuerzan todos los días en averiguar la verdad en la ciencia y en el derecho, y tienen por tanto el deber de ponerse al lado de ellos es esa búsqueda en vez de refugiarse en el calor estéril y autocomplaciente de la patria.
Apreciad@s Leg y Cósimo; a la fuerza me queréis reducir a cierto costumbrismo intimista. No digo yo que no esté bien y en el fondo sea más auténtico, pero os reconozco que a la hora de abrir el blog no había pensado nunca en esta deriva. Aunque os confieso que me gusta, porque tengo bastante sentido del humor y suelo contemplar la realidad con cierta comprensión.
Lo cierto es que me movió a abrir el blog sobretodo una cierta vocación de propaganda, en el sentido de comunicar a terceros mis opiniones, las doctrinas que comparto; y asímismo para encontrarme -a través de la palabra- con otras almas,sobretodo contrarias, para así comprender otras representaciones de lo bueno, lo malo, lo correcto e incorrecto. Y el balance -sobretodo por las contribuciones de terceros- ha sido sugerente. ¿No recuerda que gracias a Vd. -Cósimo- disfruté de una lectura intensa de Bonhoeffer?.
Gracias a amb@s.
Saludos.
Dardo escribe con mucha razón
”porque haber comprobado la ingenuidad que nos prohibían frente a nuestra tórrida especulación resulta ahora curioso.”
¿Qué le hace suponer que las actuales prohibiciones de los herederos guardianes de las esencias de aquellas doctrinas resulte hoy menos curioso?
Me ha encantado el relato, querido amigo.
Es curioso. Sólo he estado una vez en Almería, unos días junto al mar. Y la habitación del hotel daba a un cine de verano. Veíamos las películas y la gente reunirse ante la pantalla. Una mezcla de modernidad (la urbanización junto al mar) y eternidad (la gente con la silla de madera).
Querido Animal; me alegro que te haya gustado.
Creo que en la ciudad de Almería no queda ya ninguna terraza de verano. La más proxima que estuvo funcionando fue en Aguadulce pero también la cerraron.
Un abrazo.
Elohim; ¿me he pronunciado yo sobre las "actuales prohibiciones" para que Vd. dé por hecho que yo he supuesto algo?. ¡Claro que no!.. Yo sólo he hablado de la mogijatería de antaño a la vista de lo que fantaseábamos y lo que en realidad reproducían aquellas películas
Para Dardo.
Si señor, usted se ha pronunciado amplia y repetidamente defendiendo las prohibiciones de una doctrina que dentro de treinta años resultarán tan ridículas como las clasificaciones morales de los besos fílmicos resultan hoy.
Ahora no tengo tiempo, pido disculpas, pero recuerdo haber colocado en este blog un comentario explicando y argumentando como la doctrina de la iglesia romana se opone al progreso humano.
Copio la cita del artículo “Moral de laico” de Francisco J. Laporta publicado en El Pais el 4 de abril que hacía referencia en mi anterior comentario.
” La religión y su sedimento moral han ido siempre detrás de esas conquistas éticas, y generalmente en contra de ellas.”
Lo copio integro en otro comentario pues por su extensión entendería que Dardo lo suprimiese.
Moral de laico
La complicidad de tantos prelados y fieles con el capitalismo más despiadado, las dictaduras más inmundas o los nacionalismos más excluyentes no impiden que culpen de todo a los que no creen en religión alguna.
FRANCISCO LAPORTA 04/04/2008
Empieza a ser irritante el tono de superioridad moral con que muchos de los fieles de cualquier confesión o credo y las jerarquías religiosas que los propagan han dado en mirar a quienes adoptan ante la convivencia civil y la enseñanza una postura agnóstica y laica. Ahora insisten en ello las autoridades católicas, con Joseph Ratzinger a la cabeza y los obispos españoles haciendo de coro repetitivo de sus manidas orientaciones morales. Igual que los de cualquier otra antigualla religiosa, vuelven los católicos a la cantinela de que la familiaridad con la ética y las exigencias de la moral son una prerrogativa de los creyentes de la que probablemente carecen aquellos que no comulgan con fe religiosa alguna.
Resulta asombroso contemplar cómo se ignora la evidencia de que una parte no menor de los grandes desastres morales de que hemos sido testigos durante años y años se ha producido en nombre de creencias religiosas o ha sido provocado y alentado por quienes decían obedecer tales convicciones. Y no menos sorprendente es admirar -porque es, en efecto, algo tan paradójico que es casi admirable- la facilidad con la que esos credos se armonizan con prácticas políticas y económicas de las que sabemos con toda certeza que -ésas sí- son la causa del dolor, la pobreza y el sufrimiento de millones de seres humanos, es decir, de la gran inmoralidad contemporánea.
La complicidad de tantos prelados y fieles con la apoteosis del libre mercado, las dictaduras más inmundas o los nacionalismos más excluyentes son ejemplos bochornosos de esa paradoja. Y sin embargo los únicos que parecen responsables, los únicos a quienes se reputa de inmorales, son los que han renunciado a guiar su vida o su conciencia civil por creencias de esa naturaleza. Ante tal argumento perverso me propongo reivindicar la superioridad moral del laico sobre el creyente.
Con esta nueva monserga integrista se nos quieren escamotear de nuevo más de dos siglos de pensamiento. Por poner un nombre: en 1793 empezaba Kant su prólogo a la primera edición de La religión dentro de los límites de la mera razón con una afirmación que, digan lo que digan, es ya incontrovertible: "La moral no necesita de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio ni de otro motivo impulsor que la ley misma para observarlo". Para decirlo claro: la moral no necesita de la religión; se basta a sí misma, sin esa clase de andaderas, porque tiene un sustento suficiente en la racionalidad humana. Este elemental punto de partida sirve para definir lo que puede ser la moral de un laico frente a esa otra moral necesariamente débil y vicaria que es la moral del creyente.
Lo que triunfa con el impulso ético ilustrado, la tolerancia religiosa, y la separación Iglesia-Estado, es la idea de la esencial igualdad moral de los seres humanos al margen de sus convicciones religiosas; la idea de que no es la religión lo que confiere su calidad moral a las personas, sino una condición anterior que no es moralmente lícito ignorar en nombre de religión alguna y que no debe ceder ante consideraciones de carácter religioso. Esa igualdad constituye el núcleo de la ética contemporánea, y con ella también de toda política justa, porque exige del poder que no haga distinciones en la estatura moral de sus ciudadanos.
Y esa idea de dignidad humana que sustenta todo el edificio de la moralidad laica se funde con la noción de autonomía de la persona como capacidad de conformar en libertad y a partir de sí las convicciones morales y los principios que han de presidir el proyecto personal de su vida. A esto, algún documento episcopal reciente lo ha llamado "deseo ilusorio y blasfemo" de dirigir la vida propia y la vida social, mostrando así de nuevo que, aunque se condimenten ahora con la salsa fría del libre mercado, ser católico y ser liberal siguen siendo dos menús incompatibles.
Pues bien, esa dignidad de ser moralmente autónomo se le confiere a toda persona humana en condiciones de plena igualdad, de forma que si es una blasfemia, es la blasfemia que sustenta todo ese pensamiento ético, y se expresa en ciertas exigencias morales que el pensamiento religioso, de cualquier clase que sea, dista de haber asimilado bien. La religión y su sedimento moral han ido siempre detrás de esas conquistas éticas, y generalmente en contra de ellas. Incluso la idea de derechos humanos, corolario directo de ellas, fue negada y perseguida sañudamente por la jerarquía católica hasta bien entrado el siglo XX. Nuestros obispos saben que pueden presentarse abundantes textos papales que tratan a tales derechos de errores morales absolutos. Por no mencionar algo que pervive aún en casi toda moralidad religiosa: la posición de la mujer en un plano subalterno que le niega el acceso a la jerarquía y la gestión del misterio.
Los obispos españoles sólo siguen la estela de ciertos lugares comunes muy cultivados por Joseph Ratzinger, al que no puedo llamar "pontífice", o hacedor de puentes, porque, como su antecesor, parece más bien empeñado en destruir los pocos y débiles que penosamente se habían ido levantando. En su doctrina moral exhibe una terca insistencia en las perversiones del "relativismo" como causa próxima de todos los males contemporáneos. Y a veces equipara subliminalmente laicismo y relativismo, deslizando con ello la idea de que una cosa lleva necesariamente a la otra. Pero esto es sencillamente falso.
La moral de los laicos puede ser tan firme como cualquiera y tiende además a ser menos acomodaticia que la moral del creyente. La ética religiosa que pende de los designios de la divinidad (o de sus intérpretes terrenales, que parecen aún más antojadizos) tiene justamente problemas de relativismo que conocemos al menos desde Platón. Cuando, en diálogo con Eutifrón, Sócrates le pregunta si lo bueno es querido por los dioses porque es bueno o es bueno porque es querido por los dioses, el problema de la moralidad religiosa está servido. Si lo primero, entonces la voluntad de los dioses no muestra por qué es bueno; para descubrirlo tendremos que pensar como laicos. Si lo segundo -es decir, que sea bueno sólo porque así lo quieran los dioses- condena a la ética religiosa a un desconsolador relativismo: las cosas serán o no serán buenas según se les antoje a los dioses. La moralidad será, pues, relativa a la voluntad de los dioses (o, como sucede de hecho, a las cambiantes voces de sus supuestos representantes en la tierra). No cabe por ello en esta ética aquello que define a una conciencia moral madura: poder alzar la voz ante cualquier dios para decirle que sus designios son injustos. Sólo una convicción moral que no sujete sus máximas a los dictados de un "ser por encima del hombre", es decir, sólo una convicción moral laica, es capaz de eso.
El relativismo de la moral religiosa se acentúa, además, muchas veces al añadirle otros ingredientes todavía más vacíos y mudables. Las viejas religiones apelan tercamente a la tradición para sostener la vigencia de sus ideas morales y justificar la protección pública. Pero cada tradición justifica una moralidad diferente, y, si hemos de ser consecuentes, todas ellas serían sólo por ello válidas. ¿No es esto el núcleo mismo de la ética relativista?
Por no mencionar algo que no podemos olvidar fácilmente, y menos en España: que con desdichada frecuencia los creyentes se han aliado y se alían con ideales nacionalistas y patrioteros, o, como en el Oriente Próximo, se obcecan con la quimera de un territorio sagrado como receptáculo de su vida moral como pueblo. La cantidad de maldad y de sangre que han producido esas apuestas morales relativistas sustentadas en tradiciones y credos nacionales no necesita ser recordada entre nosotros. Frente a ellas es preciso afirmar la igual dignidad moral de todos los seres humanos, la perentoriedad del respeto a sus derechos básicos y la universalidad de sus exigencias ante cualquier ética casera o fideísta. O, lo que es lo mismo, es preciso vindicar nuevamente la calidad moral del pensamiento laico.
Discúlpame Dardo...Elohim, es usted tremendamente aburrido. Y creo que por culpa de eso no paso nunca al segundo párrafo de lo que usted escribe. Cambie el estilo si quiere que le lea. Es un consejo de "estilo" simplemente.
Luego haga usted lo que le plazca.
Dardo, a mi si me gustan tus "entradas costumbristas", siempre son bienvenidas, pero también se apreciar tu fina crítica social. Total, que publica cuanto quieras, que para mi es un placer seguirte.
Soberbia entrada Dardo, aunque, a pesar de los besos de su querida tía, ha vuelto a provocar usted en mi una terrible envidia. Quiere decirse que será usted culpable de mi condena. Como siempre me ha traido usted recuerdos de mi infancia, en concreto del Cine Candilejas en la Glorieta Luca de Tena (hoy es un salón del Reino o algo así, absolutamente ajeno a mi cultura). En nuestra pandilla de chavales y chavalas de entre quince y diecisiete años, estaba la hija de uno de los acomodadores y la pobre, a pesar de ser físicamente bastante agraciada, estaba siempre desparejada. Porque, nosotros también entrábamos en el cine de gañote, de vez en cuando, no como usted, pero el padre de la pobre chica hacía un marcaje soberbio, de manera que acabó optando por buscar otra pandilla en otro barrio, y nosotros a la taquilla.
Yo sufría los besos ventosa de mi abuela, jejeje, buenísimo el relato, me ha gustado mucho.
Época de éxamenes ¿eh?
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