sábado, 9 de mayo de 2009

¿Hacia una nueva Jerusalén?.

Comoquiera que allá por el mes de marzo me sumergí en el paleolítico; me ha costado volver al presente, que no es otro que el de la crisis, negada en el 2007, minimizada en el 2008 y acortada ahora con los famosos brotes verdes . No he podido por menos que, salvando las distancias, recordar esa evocación del premier laborista inglés Clement Richard Attlee tras su arrolladora victoria electoral de 1945 (364 diputados laboristas frente a 180 conservadores) de intentar refundar una nueva Jerusalén en la verdes y gratas tierras de Inglaterra ; pero a pesar del lirismo y la apelación a los sentimientos y a lo emocional, lo que sucedió en esos años inmediatos tras la guerra, fue un estancamiento económico de una potencia vencedora como Gran Bretaña y el llamado milagro económico del lado occidental de Alemania. La política keynesiana de Attlee hija bastarda del modelo de la Socialpolitik bismarckiana versus la filosofía liberal de Hayeck y von Mises inspiradora del ministro Ludwig Erhard.
Parece mentira; pero todo esto parece estar de actualidad. En 1927 Ludwig von Mises publica su librito Liberalismus; en su introducción señala que sólo quien voluntariamente cierre los ojos a la realidad puede dejar de ver por doquier signos anunciadores de una inminente catástrofe económica de ámbito mundial. El antiliberalismo apunta hacia el colapso de nuestra civilización. Esta reiterada apelación a la realidad es lo que hace antipática esta reflexión. Yo mismo sucumbo a un discurso emocional de un socialcristiano como Attlee; así que de vivir entonces en Inglaterra hubiera formado parte de esa masa de votantes que no confió en Churchill por miedo y prefirió un discurso que vendía felicidad (sentimientos, emociones e impulsos versus racionalidad).
Esta dicotomía (racionalidad versus sentimentalismo) es básica, en el sentido de que sólo en el contexto de lo racional tiene entrada la posibilidad de aceptar un aparente sacrificio (y digo aparente porque a la larga producirá un resultado favorable). Parafraseando a Mises podríamos poner un ejemplo médico a la hora de explicar esto: a un glotón con padecimientos gastrointestinales le podemos dar dos alternativas; a) sea Vd. feliz coma cuanto le plazca o b) restrinja su ingesta hasta su cura, y luego podrá seguir comiendo otra vez de todo. La primera opción es la del demagogo, que apela a lo fisiológico (nada de sacrificios); la segunda es la opción racional con la que se sale ganando a la larga.
La ilusión frente a la realidad provoca la neurosis en el demagogo al comparar aquella ensoñación con la dura, agria y grosera vida. Entre estas ensoñaciones está el mito socialista de la plétora potencial y el que podemos denominar reino de Jauja: el que el trabajo dejará de ser una carga para transformarse en un placer. Pese al cientismo que se atribuye lo marxista, la cohonestación de tales lucubraciones con la realidad hacen que califiquemos a lo marxista de neoromántico. Porque sólo así hablaremos de paraíso socialista. El socialismo real ha dado buena cuenta de esta ilusión; pese a ello el neurótico no quiere renunciar a su mentira piadosa (cita Mises el aserto de Trotsky sobre que en la futura sociedad socialista el hombre medio llegará a igualarse a Aristóteles).
Hoy más que nunca es el mercado la solución y no el Estado. Las políticas intervencionistas alargarán el problema y en un futuro próximo traerán inflación. No son las políticas liberales las que han traído esta crisis, sino todo lo contrario: Fannie Mae y Freddie Mac no hubieran traslado el problema al sistema financiero sino hubieran tenido en su día el maquillaje del aval delCongreso (fue el Estado el que distorsionó con su intervención el mercado); y, además, la gran oferta de dinero barato ha sido en su origen un política intervencionista de la Reserva Federal.
Es una evidencia que es más productivo lo privado que lo público; por eso resulta sorprendente que se confíe en que sea el dinero del gasto público el que vaya a reactivar la economía. Las recetas liberales son claras: a) bajada de impuestos potente con el objeto de que estos recursos sean aplicados en el área privada que es más eficiente; b) que sea el propio mercado el que regule los activos tóxicos: o sea que proceda a valorarlos sin interferencias, lo que provocará necesarias quiebras; c) suprimir los obstáculos a la libre contratación. Y empezar a cuestionarnos la sobredimensión del Estado por ser más conveniente su reducción en favor de la sociedad civil. Y preguntarnos si podremos mantener de cara al futuro esa estructura piramidal que denominamos pensiones; etc., etc.